De hadas, náufragos y deseos.

Se dice, y siempre creí, que las relaciones basadas en medios electrónicos son un vil fiasco.

Una de las modelos, de la agencia para la que trabajaba, me platicó que conoció a su esposo vía internet y que después de tres años de noviazgo cibernético (con visitas esporádicas en las vacaciones de ambos) decidieron que no podían seguir con la relación a distancia y unieron sus vidas. Ajá, historia de Hadas, pensé.

Un par de pasarelas más tarde me confesó que no aguantaba al marido y que a pesar de tener una hija de cuatro años de edad, le era infiel a diestra y siniestra, esa sí es una historia real y creíble, afirmé.

Las relaciones a distancia no son más que un oasis en el desierto de nuestra patética soledad acompañada, son un paliativo a esos dolores causados por las caídas previas y te aferras a ellas para sentirte a flote del mar de inseguridades y te crees salvado.

Y entonces llegaste... un día sin darnos cuenta las cosas cambiaron, las palabras modificaron su rumbo y mis razonamientos se derrumbaron.

No tengo esperanzas puestas en ti, las tengo en nosotros. No debo esperar nada, pues con seguridad pasará lo más impredecible; no hay por que adelantar los pasos aunque desde el inicio hemos ido a mil por hora. Y es la primera vez que sufrir me hace tanto bien, por que sé que me importas en verdad y que no quiero perderte, menos antes de siquiera tenerte.

Las imágenes de las cosas que conspiramos corren en mi mente, quiero prepararte el café por las mañanas, ver el juego a tu lado.

Las mañanas de ojos adormilados requieren de tu nombre en la pantalla para despabilarse, el día entero las frases iluminan mi rostro con una sonrisa; procuro estar en cualquier momento disponible y las noches me hacen desear que las horas fueran de ciento veinte minutos.